viernes, 28 de octubre de 2011

PÁNICO A DESAPARECER DE LA ESCENA


PÁNICO A DESAPARECER DE LA ESCENA
Umbral, Carrillo, y otros Notables protagonizan “entretenimiento de púlpito”,
o la máquina de la mentira

Julián Álvarez.  Barcelona, 5.2.1994. 

 

Ya no es frecuente ver a los presentadores de informativos de Tv leyendo las cuartillas depositadas en la mesa y levantando la cabeza para mirar-a-cámara cada punto y aparte. Gracias a la implantación generalizada de un dispositivo en las cámaras de los informativos (el teleprónter, que permite al presentador mirar a cámara y leer simultáneamente el texto que le va dictando), la relación presentador/espectador se ha invertido.

De la mirada baja pero el torso erguido se pasó a la mirada frontal-a-cámara, detrás de la cual está, virtualmente, el espectador. De ser el presentador un humilde emisario que nos trae noticias de la Corte, pasó a ser éste -el emisario- el Señor delegado de la misma y, en consecuencia nosotros -la audiencia- sus vasallos. Son otros tiempos y las servidumbres cambian.

Con este revolucionario y desafiante levantamiento de la mirada nace el héroe y la estrella de la TV: el presentador. Pero no todos los presentadores son capaces de convertir esa mirada-a-cámara en una mirada directa al espectador. Muy frecuentemente esa mirada se dirige a algo que está detrás de la cámara, osea detrás de nosotros y esto, ciertamente, desconcierta y molesta.

El “plano medio” (de la cintura a la cabeza), es el plano de las presentaciones. El beso íntimo se expresa en “primer plano” (el rostro), pero el saludo afectuoso entre personas que se conocen se concreta en el “plano medio corto” (de los hombros a la cabeza). Esta clasificación entre amplitud del encuadre e intensidad del saludo -arbitraria pero de unánime aceptación- tiene su correspondencia en las convenciones sociales.

La distancia virtual entre el presentador (de informativos) y el espectador ha aumentado o disminuido según los tiempos. Los informativos de TV3 destacaron en sus inicios por su atrevida y sibilina aproximación al espectador. La “distancia corta” magnifica la imagen del presentador, que llena con su rostro la pantalla, y por lo tanto también la retina del espectador. Estos presentadores, como los vendedores a domicilio, meten su rostro por la puerta entreabierta para que no puedas cerrar y dejarlos fuera. Su amable pero insistente acoso acaba por aflojar la resistencia.

Me pareció entonces atrevido e inteligente este tratamiento visual de los informativos de TV3, aunque el talante personal de los generalmente jóvenes y bien parecidos presentadores fuese un inconveniente para alcanzar con la audiencia una identificación sin reservas. Quizás porque la retórica periodística era igual de postiza que la de los informativos más convencionales, muy alejada en cualquier caso de la imagen -de diseño- que ofrecían.

La aparición de Tele 5 sorprendió con unos informativos en los cuales se opinaba más que se informaba (era más barato), pero esa era su apuesta. Era novedosa la incorporación de comentaristas especializados a los cuales el presentador, maestro de ceremonias mas bien, les daba el pie para que éstos enlazasen sus intervenciones previamentes escritas y reproducidas -claro- en el teleprónter. Esta fórmula, que Tele 5 mantiene vigente, asegura concisión en los contenidos, pero quita espontaneidad a su formulación.

Tales especialistas son contratados por su popularidad en radio o prensa, es decir por su verbo erudito o mordiente, escrito o hablado. Pero delante de una cámara no se responde igual que ante un micro, o ante a una máquina de escribir. Y el verbo que exhiben frente a las cámaras, cargado en genral de alambicada retórica, desmiente la naturalidad que la fórmula persigue : comunicación más simple y directa.

Este “entretenimiento de púlpito”, que se sustenta en andamiajes artificiosos, transmite poca confianza en la solidez de los argumentos. Se cae en la torpeza del exhibicionismo verbal y la retórica virtuosa en detrimento de la contundencia argumental, lo cual desacredita al comunicador, a la fórmula, y por extensión, al medio. El cine, el teatro, la música… es artificio y retórica, pero los informativos de la TV pretenden ser “reflejo de la realidad”, y bajo esa óptica deben formularse para ser creíbles.

Pero en la última etapa Tele5 ha incorporado a sus informativos otros comentaristas, quizás más casuales, no en calidad de expertos sino de “Notables” (famosos). Me refiero a Umbral y Carrillo concretamente, a los cuales tuve ocasión de ver -con horror- recientemente. Ellos son, indirectamente, los causantes de este texto.

Me produjo vergüenza ajena ver la aristocrática figura de Umbral sometido a la dictadura del teleprónter. Su hierático talante era ridículo tratando de seguir el texto que el dispositivo le dictaba. Se atascaba, confundía, y tenía dificultades para expresar lo que él mismo había escrito. Irónico y grotesco. Toda su aristocrática apariencia humillada por un insignificante “apuntador electrónico”.

En cuanto a Carrillo, fue el 24 de enero cuando su eurocabeza me sorprendió a toda pantalla. Mariñas le da la entrada, él se gira y, con precisión, se dirige a la cámara ON AIR (“pinchada”). Con la mirada concentrada en el teleprónter Carrillo nos dice que él está a favor de la huelga del 27E (1994), y que es procedente “por estas y otras razones” que expone con la dificultad que implica leer a distancia y con dioptrías de por medio. Pues bien, su mirada, que se dirige a mí (espectador), sin embargo no me ve, pasa de largo justo por encima de mi hombro para detenerse -es un decir- en la pancarta al fondo de la concentración que sólo él, el orador, el mitinero, desde lo alto de su púlpito (Tv) puede ver. Me refiero -claro- al teleprónter.

Aunque no pongo en duda la honestidad de sus sentimientos, dicho mensaje de solidaridad producía, a su pesar, más recelo que confianza. Carrillo me mira pero no me ve. Carrillo lee al dictado de alguien/algo que está detrás de mí : ¿por interés económico, político? Carrillo no es espontáneo, luego no es creíble. La retórica -postiza- de su comunicación, en la que está implicada la falta de “franqueza” de su mirada, desacredita la honestidad del mensaje.

Pudo haber leído una comunicación escrita, o pudo haber expresado espontáneamente su solidaridad con la huelga general. Pero no fue así. Su opinión de Notable se maquilla y arregla (espectaculariza) en estudio. Y ya tenemos un “comentario” interpretado por un Notable con tirón televisivo, perfectamente hilvanado en un espectáculo ceremoniosamente conducido por Mariñas. ¡Lástima que la capacidad actoral de éstos deje mucho que desear y desluzcan los resultados!

La representación del rol de comentarista en TV comporta, para los Notables ajenos al mundo de la imagen (políticos, curas, escritores, médicos y otros), la pérdida de identidad por la que se les reconoce públicamente, y también de credibilidad. ¿Luego por qué aceptan estas invitaciones de las cuales saldrán dañados en su prestigio? ¿Por dinero? ¡Quizás ! Pero creo más bien que cuando se tiene prestigio se desea, además, POPULARIDAD, y ésta, claro, implica cierta “vulgarización” de los valores artísticos o profesionales a él atribuidos. La popularidad es hoy el único remedio contra el TERROR AL ANONIMATO. ¡Al final no se trata de eso, de dinero, sino de PÁNICO a desaparecer de la Escena.

Pero es de suponer que los Umbrales, los Celas y los Carrillos lleguen a dominar el maldito teleprónter y desenvolverse con él razonablemente bien. Siendo así “gana la casa”, y sigue perdiendo el Notable, que ofrece una imagen de sí decepcionantemente mercantil. Visto desde un prisma moral y ético, claro. Desde luego éstos tienen mucho prestigio que perder, pero también mucho dinero que ganar. Y puede que la popularidad no les redima de nada, sino que simplemente les proporcione lo que a la mayoría le está vedado.

No es un juicio moral, sino técnico, en relación a una puesta en escena en la que los intérpretes -Notables- aparecen como estrellas ocasionales de un teatro de variedades para un público no demasiado exigente. El éxito del espectáculo está garantizado, desde luego, pero quizás fuera mejor dejar que estos mediocres intérpretes improvisasen sus intervenciones antes que reducirlos al penoso papel de recitadores de un texto previamente escrito para ser leído sin pestañear.

Cuando el presentador, o el comentarista, habla-a-cámara, se dirige a cada uno de nosotros en particular, que estamos virtualmente detrás de la cámara, es decir frente al televisor. El presentador es un elemento más -aunque muy importante- de la puesta en escena, y sólo dispone de la “franqueza” de la mirada para conectar con el espectador. El comentarista, además de la mirada, argumenta y opina, y ello le diferencia del presentador. Del comentarista se acepta cierta improvisación, vaguedades inclusive. Del presentador se espera experta y profesional concisión-precisión en la exposición de los contenidos.

Por esto digo que el teleprónter es la MAQUINA DE LA MENTIRA, porque pone en evidencia la incapacidad de aquellos comentaristas que sirviéndose de los recursos técnicos propios de los presentadores y de su estrategia de comunicación, no alcanzan ni de lejos a conseguir que su mirada-al-espectador refleje esos mínimos de franqueza que todo presentador, por mediocre que sea, consigue trasladar a la audiencia.

Desde luego hay otros muchos aspectos de interés en los informativos, y uno de ellos es la tendencia actual a sus aparatosas puestas en escena. En este sentido, la casi promiscua proximidad de los presentadores de TV3 es ya historia. En la versión actual, un moderno y espacioso escenario con vista panorámica de fondo, la comunicación/idilio, está limitada por la distancia (de la cámara) y por la ausencia censora de privacidad. Adiós, pues, a los grandes amores catódicos, que con sus rostros a toda pantalla llenaron nuestra retina de minúsculos detalles para alimentar obscuros deseos.


Julián Álvarez. 5.2.1994

No hay comentarios:

Publicar un comentario