Más
ALTOS, más GUAPOS, y más RICOS…
Julián
Álvarez. Barcelona, septiembre 2017-09-13
Se han necesitado 40 años para
levantar esta España ejemplar en su multiculturalidad, que respeta la
diversidad de sus partes, que unos entienden como naciones y otros regiones,
pero que con el inicio de la crisis (± 2008), y el deterioro del “estado del
bienestar”, políticos de derechas e izquierdas activaron el resorte emocional identitario. Y del agravio comparativo.
A partir de la Diada del 2012 se ha ido imponiendo en Catalunya el
relato de “España nos roba” y la catalanofobia “España no nos quiere”. Por su
parte el nacionalismo catalán ha promocionado que fuera de España seremos por
supuesto más altos, más rubios y desde luego más ricos. Muchos se han apuntado a esta
bandera por interés (más ricos), y otros por antiespañolismo y/o antiPP (más
altos y rubios). Quizás pueda parecer extravagante esta premisa sociológica,
pero además de las pulsiones políticas y/o económicas, está presente el deseo
simbólico de ser y parecerse más a los del Norte (de Europa), pero sin
desprenderse de los atributos positivos que adornan al cálido Sur. Barcelona ha
sido icono de la ejemplar simbiosis NorteçèSur que el nacionalismo pretende desterrar al Norte (más altos y
más rubios).
Soy leonés (1950) pero desde 1975
vivo en Barcelona. Reniego de todo sentimiento identitario, ya sea leonés,
español, o catalán. Si acaso, y hasta 2012, mi sentimiento de pertenencia ha
sido para Barcelona, y concretamente los barrios de Ensanche, Raval, Las
Ramblas, Barrio Gótico, y Sant Antoni. Frente al sentimiento nacionalista de
pertenencia, yo profeso el individualismo autocrítico que empieza por uno
mismo. Políticamente, desde que tuve edad para votar me he sentido socialista,
de cabeza y de corazón, pero no de partido. De hecho, únicamente he ejercido el
derecho a voto en las últimas elecciones, cuando tanto para el PSC en Catalunya
y el POSE en España el pronóstico era demoledor. En esas convocatorias voté a
perdedor, es decir socialista, por sentimiento pero sobre todo por coherencia
con mi propia trayectoria ideológica vital.
Dicho esto, digo también que de
votar mañana en unas nuevas elecciones, autonómicas o estatales, en las que el
PSOE llevase entre sus medidas el invento disgregador de la multinacionalidad de España, o la de nación de naciones, o país de países, mi voto sería para
Ciudadanos, el partido de Albert Rivera que defiende el sentido común y constitucional
del derecho a decidir. Lo digo
porque parece que ahora el PSOE nos/me propone un nuevo artefacto lingüístico que
cierra la puerta delantera al “derecho a decidir” y abre el portón trasero de
la multinacionalidad, de Galicia,
por supuesto del País Vasco, y porqué no de Andalucía, Valencia o el Reino de
León, entre otras. Acepto que Catalunya tenga más autonomía y competencias,
pero como socialista soy por principios anti-nacionalista
(no anticatalán). Como ciudadano que reside en Barcelona quiero que cuando se
trate de decidir sobre algo que afecta directamente al conjunto de los
españoles, por justicia social y legalidad democrática, sean éstos los que
decidan y no únicamente los interpelados y/o interesados que residimos aquí.
Por esto digo que de programarse mañana las elecciones, y sin dejar de ser
socialista, votaría por coherencia a Ciudadanos.
El nombre no hace la cosa, pero
como creador audiovisual y exdocente sé que la realidad evoluciona a partir del
relato progresista que se instale en la consciencia de la sociedad. Todo relato
novedoso se edifica a partir del uso creativo y transgresor del lenguaje, que
reformula el presente y pre-determina el futuro. Parafraseando e invirtiendo el
tópico popular, digo que “una palabra
vale más que mil imágenes”. PODEMOS, el partido de Pablo Iglesias hace un
uso inteligentemente perverso del
lenguaje para arañar PODER cuando avala el derecho-a-decidir
como opción de una minoría, joven y cualificada, sobre la mayoría viejuna del PP/PSOE, término éste que ¿Pablo?
puso de moda y ha hecho fortuna. El apoyo intelectual de Podemos al mantra
independentista derecho-a-decidir ha generado confusión lingüística y discordia
social. Mi militancia se limita a preservar la propia libertad intelectual,
pero me rebela el uso manipulador y perverso que se hace del lenguaje, en
particular por el independentismo con el
lifting
rejuvenecedor de Podemos, para quienes el “derecho-a-decidir” se ha
convertido en el “derecho de una parte sobre el todo”, retorcimiento del lenguaje
que se ha instalado en la sociedad desde antes de la aparición en escena del
caricaturesco y ejemplar populista Donald Trump.
Un apunte contextual para
recordar que directa o indirectamente la ciudadanía catalana de izquierdas, a
diferencia de la andaluza, tuvo cierta responsabilidad en la mayoría absoluta
del Partido Popular al negarle el voto a los socialistas del tripartito (PSC,
ICV, ERC). Aquella soterrada deriva nacionalista de ERC desde el gobierno del
PSC pilotado por Pascual Maragall primero, y José Montilla después, está en el
origen del boicot al Estatut que
sustenta la actual demanda que ahora se reclama para decidir la secesión de una
parte sobre el todo. Pero hay que recordar también el gol traicionero que el
astuto Maragall le marcó al ingenuo buenismo de Zapatero con la redacción del Estatut (2004), recortado por las Cortes
a petición del PP (2006), y sentenciado por el Constitucional (2010). Pero la
escalada de agravios mutuos se hace especialmente visible a partir del boicot catalán
a los Juegos Olímpicos de Ana Botella (Madrid 2012) por boca de Josep Lluís Carod
Rovira (ERC), vicepresidente del tripartito presidido por José Montilla (PSC).
Después vino el boicot al cava catalán y la operación “desprestigio nacional” se
expandió al “y-tu-más” de la corrupción, ampliamente publicitada con buenos
réditos de audiencia por las tvs privadas en competencia. La aparición del movimiento
15M (2011), y posterior capitalización política por los revolucionarios y
docentes universitarios de Podemos capitaneados por Pablo Iglesias (2014), conforman
la degradada y deprimente realidad actual de hechos y sujetos.
Parece que en la política
española siempre tiene que haber un malo-malísimo
que concite todos los odios y frustraciones de los ciudadanos. Hoy la consigna
es “todos contra el PP”, y de paso codazos y descalificaciones a izquierda y
derecha de los partidos entre sí aprovechando cualquier oportunidad de
visibilidad mediática. Anteriormente los malos-malísimos fueron los socialistas
que según el PP llevaron el país a la ruina económica, sin reconocer por
supuesto que durante el “España va bien” de Jose María Aznar se gestó la
burbuja que le explotó en la manos a Zapatero. Tanta animosidad e incomprensión
general hacia los políticos, que los hay buenos y honestos, mediocres y grises
sin matices, malos a conciencia y, por supuesto, muchos oportunistas interesados…
Igual que en otros países del entorno, aunque en considerable mayor proporción.
Pero hay que recordar/nos que esos políticos los hemos elegido nosotros, los
ciudadanos y, consecuentemente, por activa o pasiva “tenemos lo que nos
merecemos”.
Es ingenuo pensar que el PP habría
de poner alfombra roja a los nacionalistas para un referéndum secesionista pactado,
como insistentemente se le pide para encarrilar el proceso. Que puede daría
como resultado el NO a la secesión, pero seguro que sería el descalabro del
partido en el gobierno. Volviendo a la tesis de este texto, me gustaría que el partido
Socialista, del que he sido fiel y ocasional simple votante, renuncie a la
semántica creativa de la multinacionalidad,
que abriría la puerta a la desbandada general, y se empeñe en avanzar hacia un
Estado federal. Y claro que el partido debe rejuvenecerse, pero creo que en las próximas elecciones el PSOE/PSC
no se puede permitir perder ni un sólo voto amigo a cambio de hipotéticos y revolucionarios votos podemitas.
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