martes, 19 de julio de 2011

EL ESPACIO Y LA MIRADA EN EL RETRATO FOTOGRÁFICO

Artículo publicado en “Papers de Juventut”. Julián Álvarez, 1982 (Barcelona, marzo 1983).


Reflexión derivada de unos cursos de “Lectura de la Imagen” patrocinados por la Ponencia de Enseñanza del Ayuntamiento de Hospitalet de Llobregat (Barcelona) dirigido a alumnos de 8º de EGB. El curso abordaba tanto la imagen fija (cómic, fotografía, publicidad) como la secuencial(cine, vídeo, tv) y tenía una duración de 15 sesiones que se impartían dentro de la asignatura de Lengua.
 

Una imagen fotográfica, como un dibujo o una pintura, es una naturaleza viva en estado de “congelación” que se anima en el momento justo en que es objeto de nuestra mirada. El ejercicio que ha motivado este artículo consistió, pues, en conjeturar y restablecer el “antes” y el “después” de ese instante “congelado”.
¿Quién no ha visto esta fotografía de los Reyes colgada en el lugar más estratégico de la pared principal de cualquier despacho oficial, oficina pública, o aula escolar? Únicamente el crucifijo, que se sitúa justo por encima, le resta protagonismo. Debajo del crucifijo, y de la imagen de los reyes, el funcionario público de turno. Existe, pues, una jerarquía que aquí se expresa física y simbólicamente por su ubicación en el espacio.

Las imágenes, y los símbolos por descontado, no están organizados arbitrariamente, sino que están ahí, y en la forma que son, para reafirmar un sistema de valores determinado. Aparte de estar organizadas intencionadamente en función de otros elementos del entorno, internamente las imágenes se materializan de acuerdo a los principios de la percepción visual de masas, líneas de fuerza, dirección de la mirada, etc., para formular el mensaje visual más acertado y operativo.
El análisis del retrato oficial de los reyes se trabajó con los alumnos escenificando la situación que la fotografía nos sugería: “Un instante congelado de un hipotético discurso de Juan Carlos, acompañado de la reina Sofía, dirigido a la población”. Interesaba demostrar cómo una imagen fija, a pesar de carecer de la dimensión temporal, puede relatar una anécdota que se proyecta más allá del propio soporte fotográfico, implicándonos virtualmente como protagonistas.

Ejercicio de escenificación
El primer paso consistió en elegir a los protagonistas, el rey y la reina. El resto de la clase harían de “público-pueblo” que atiende al discurso del rey. Quedaba claro que tanto el rey como la reina miraban al frente, de cara a la “multitud”. En el lateral de la derecha tres o cuatro alumnos-reporteros con sus cámara de foto o tv. También hacia la derecha un grupo de alumnos-pueblo particularmente entusiastas de los reyes. A una señal el rey inicia el discurso y los reporteros disparan sus imaginarias cámaras. A una segunda señal, el grupo de incondicionales vitorean al rey y la reina, que atraída por esta demostración de afecto se gira hacia la parte del público de donde proceden estas manifestaciones de afecto y les sonríe. Un reportero con sentido de la oportunidad dispara la cámara y capta el gesto de la reina. Aquí se detiene la acción unos segundos para proseguir con el “después” unos minutos más tarde.


Cualquier formulación visual provoca en el espectador unos estímulos que en algunos casos, y éste es uno de ellos, son intencionados y están totalmente controlados y dirigidos. La segunda parte del trabajo sobre la fotografía consistía, pues, en analizar cómo se materializa este control y manipulación que el autor-fotógrafo ejerce sobre los sentimientos afectivos del espectador.

Técnica y mensaje
No se va al estudio del fotógrafo para retratarse así ¿porqué entonces se ha elegido esta pose? Sin duda el afecto popular que se muestra a los reyes es en gran medida por su imagen de sencillez. La fotografía, por tanto, había de corresponder e insistir precisamente en esta idea y por eso se recurrió a la técnica fotográfica de estudio (todos los elementos: iluminación, fondo, maquillaje, etc., están controlados de acuerdo a un código al cual se sabe que el público en general responde favorablemente) pero simulando una fotografía de reportaje (tal como la cámara los registró en ese mismo instante, sin artificios ni maquillaje, sin engaño). Se anula así el efecto negativo que tiene una pose percibida como tal y se potencia el atractivo y belleza del retrato como representación honesta y sincera de los reyes, que son percibidos como cualidades personales y no debidas al artificioso embellecimiento.

Aunque percibimos la imagen en su totalidad, nuestra atención se desplaza según centros/puntos de atención, formando un determinado “pattern”, o recorrido de la mirada. En la mayoría de los retratos entendidos como tales, los ojos son el centro de atención; es ahí donde reside todo el misterio, o por el contrario, la ventana a través de la cual “penetramos” al interior de las personas. El tratamiento de las miradas está igualmente pensado para obtener una mejor identificación súbdito-monarca. La mirada de la reina atrae poderosamente nuestra atención, es frontal, abierta, y nos implica directamente. Se dirige a cada uno de nosotros en particular. Por el contrario, la mirada del rey es lateral y se dirige al vacío, a todos y a ninguno en concreto. Su discurso es trascendente y por tanto necesariamente universal. A través de la reina, en cambio, el discurso se particulariza y se convierte en el nexo de unión entre el rey y nosotros, cogidos como protagonistas de este relato en el que cada uno es el espontáneo que levanta la mano y al cual la reina responde con una sonrisa y gesto de simpatía.

La representación simbólica
Pero no se agota aquí el análisis de la imagen. Por encima de las personas está lo que éstas representan: la institución monárquica, la corona. La imagen, el retrato se acaba en sí mismo, pero el símbolo es universal, se expande más allá del propio retrato. De nuevo se reproduce un esquema en el que las jerarquías están perfectamente definidas. En la cúspide de esta pirámide que representa el retrato oficial de los reyes está la representación simbólica de la corona (dibujo), y en la base las señas de identidad (firmas) que los singularizan y equiparan a los súbditos. Así pues, la primera impresión visual que ha golpeado mi retina es la de un conjunto de masas (de color) distribuidas más o menos equilibradamente. Juan Carlos, como masa que ocupa un lugar en el espacio fotográfico, estará en permanente competencia con la otra masa de color (Sofía) que le disputa el espacio privilegiado del cuadro. La tensión entre las masas origina el menor o mayor equilibrio, y el equilibrio es consecuencia de la lucha entre fuerzas de igual magnitud. La mirada de Sofía focaliza y atrae poderosamente mi atención, pero Juan Carlos está más cerca y ocupa más espacio de mi retina que Sofía. La presencia de Juan Carlos es contrarrestada por la fuerza de la mirada de Sofía, resultando de todo ello una composición equilibrada y dinámica de la cual percibimos una composición visual tranquilizadora y amigable que invita a participar sin recelos de los “valores” de los que ellos son portadores.

Dibujo público y reporteros Toni Batllori. Barcelona, 1982

Julián Álvarez. Barcelona 1982.

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