ADIOS BARCELONA, ADIOS CATALUNYA
Carta abierta a amigos,
conocidos y catalano-parlantes en general [2da parte].
Anomalía de un leonés en Barcelona.
Soy leonés y vivo en Barcelona desde 1975. En
el 2005 se presentó en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona [CCCB],
en el marco del Primer Flux’05
[Festival de Vídeo de Autor] el egoMovie “autoRETRATO
redundante”, del que soy autor y protagonista. Enmarcado por la ventanilla
de EMERGENCIA de un autocar en marcha, vengo a decir:
“Hace 30 años que vivo en Barcelona y no
hablo catalan, pero lo entiendo. Limita mis posibilidades, lo sé, y eso es poco
inteligente por mi parte. Todo mi entorno es catalono-parlante... amigos,
pareja, familiares, compañeros de trabajo... pero sigo sin hablarlo. No me
siento catalán, tampoco leonés, pero sí muy de Barcelona, más incluso que
ellos, los de mi entorno catalano-parlante”.
Llegue a Barcelona desde Londres, donde viví más
de 2 años (1973-75). En ese tiempo pude sentir lo que es ser y sentirse emigrante. Aproveché tanto como pude lo
que la ciudad entonces ofrecía, que era muchísimo. Allí se me abrió el mundo y por
ello estoy agradecido a la ciudad que entonces conocí, no porque fuese amable,
todo lo contrario, sino porque era la ciudad más abierta y creativa del mundo.
Ya en Barcelona [1975] la ciudad me acoge
amablemente, si se puede decir así. Ya no era un emigrante sino un leonés que
ha pasado por Londres, y eso se nota. Me hago socio del Ateneo barcelonés; me
matriculo de catalán; comparto amistad con catalanistas que me enseñan el
oficio de corrector tipográfico [en castellano]. En los ’80 y ‘90 formo parte activa
de la cultura catalano-barcelonesa del vídeo. Dirijo la escuela de
Vídeo-Cine-Tv, 3D y Multimedia del IDEP [Barcelona,1982-2008]. Viajo por España,
Europa y Latinoamérica promocionando el vídeo catalán en nombre de la
Generalitat: Mostra de Videos Realitzats
a Barcelona a l’entorn de l’Art, la Mûsica i la Realitat, posteriormente Mostra de Videocreació de Catalunya [1982-1985]. Mi entorno socio-laboral es
catalano-parlante, pero yo NO hablo
catalán, aunque lo entiendo.
Aprender catalán es de inteligentes, es rentable y facilita la
integración socio-laboral. Seguro. La propia palabra integración significa
encajar en una sociedad a la que originariamente no perteneces. El problema es
que yo, ahora, ya no quiero ser positivo, ni inteligente, ni rentable..., al
menos en lo que a mis sentimientos se refiere. Lo quise en algún momento, pero
la inercia de los sentimientos ha sido más fuerte que la razón.
Recurrentemente se me pregunta por qué no hablo
catalán si, como pienso, sería positivo para mi integración socio-laboral y
enriquecimiento personal. La pregunta me pone en un aprieto porque la respuesta
no es del tipo: “no tengo tiempo y tampoco me apetece”, “estamos en España y
aquí se habla español”, etc., etc. Y una respuesta más reflexiva y matizada
dudo que al interlocutor le interese escuchar, así que le remito a mi personal
“autoRETRATO Redundante”:
Y este
sentimiento de emigrante, a la vez positivo y negativo, es lo que no deseo
perder y reivindico como seña de identidad. Aquí llevo 30 años y me siento a
gusto estando “al margen... o fuera de...”.
Me permite ser más libre, menos perteneciente a un grupo social, más
independiente e individualista, con menos ataduras sociales y sentimentos de
pertenencia. Pero también más sólo y desamparado. Mi bandera no es española, ni
castellano-leonesa, ni catalana. Es la del individualismo “sin-bandera”, que
defiende la INTEGRACIÓN para los demás, pero la rechaza para sí mismo.
Me siento orgulloso de haber compartido durante
años conversación con personas que me hablan en catalán y a las que contesto en
castellano, aunque ciertamente en otros muchos casos los interlocutores
terminan adoptando el idioma común. Me entristece que esta anomalía en la que hasta hace poco me sentía cómodo vaya
desapareciendo por razones de prestigio social del catalán en detrimento del
castellano o español, y por lógica conveniencia del recién llegado que asume
que su integración en Catalunya pasa por hablar catalán. Lengua que se acredita
de cultura y progreso, y el castellano de emigración y subdesarrollo.
Por eso no hablo catalán, porque involuntariamente algo irracional
dentro de mi me impide ser inteligente, práctico y rentable. Pero esta
paradoja, un tanto esquizofrénica, la defiendo porque me alimenta
creativamente, y me mantiene alejado de las posiciones cómodas y conservadoras
que aporta la INTEGRACIÓN
A los destinatarios de aquella “Carta abierta…” del año 2005, tengo
que decirles que si entonces me sentía “muy
de Barcelona, más incluso que ellos, los de mi entorno catalano-parlante”, hoy
les digo que ya no me siento barcelonés,
porque no estoy cómodo en una ciudad que desde septiembre‘11 a cada paso recuerda
mi anomalía como ciudadano de la
cultura audiovisual barcelonesa que no habla catalán, que para no significarse [en castellano] ha
optado por un cierto autismo. Que intervenir en castellano en un contexto
catalán empieza a ser/parecer “exótico”. Me lo recuerdan las banderas en los
balcones y los debates en tv3. Me lo recuerda la sintonía de la prensa con el
“pensamiento único convergente” que se ha instalado en la población, también en
la de Barcelona. Más allá de mi anomalía
que yo mismo he cultivado, como leonés no sintiéndome tal, pero sin dejar de
serlo, y por extensión español, me entristece observar, sobre todo entre los
jóvenes, que “hoy es más cool, más
moderno pero menos que mañana”, ser
antiespañol en Catalunya, también en Barcelona.
“Vine a Barcelona porque aquí -decían- había futuro, y lo he
tenido”.
A Catalunya se la envidia como a todo aquello
que se admira. Y es admiración lo que ha traído a Catalunya a tantísima gente
de fuera porque intuía que su por-venir estaba más cerca de los Pirineos que
del estrecho de Gibraltar. Catalunya, pese a lo que por interés o prejuicios se
diga, es mayoritariamente admirada y envidiada en positivo por gran parte de
los españoles. Incluso por aquellos que por despecho pudieron votar el desgraciado boicot del PP a Catalunya. Y
digo por despecho porque sicológicamente mucho tiene que ver la decepción cuando aquello que se admira se
cree/muestra superior. No estaría de más saber cuántos anticatalanes hay en las
peñas y entre los seguidores del Barça en el resto de España, y cuántos
familiares de los que residen en Catalunya son anticatalanes. El eslogan España no nos quiere lanzado desde el
epicentro del “pensamiento único convergente”, es un dardo envenenado que está pudriendo
todo el entramado de afectos tejidos durante todos estos años.
La incomprensión de los españoles frente al
idioma catalán es fruto de inercias culturales sin resolver. Catalunya, por su
condición de territorio de cultura y progreso, más que esperar comprensión
incondicional por parte de los otros españoles, tiene la responsabilidad de contaminar
España de “catalanidad”, y de cultivar la españolidad que ya forma parte, se
quiera o no, del ADN catalán. Remarcar la diferencia entre próximos como
objetivo identitario prioritario
lleva irreversiblemente a la confrontación de sentimientos compartidos, de afectos
individuales, y de intereses económicos comunes. El liderazgo que le
corresponde a Catalunya lo tiene que ejercer desde la comprensión y el
entendimiento, no desde la permanente reivindicación ostentosa de su superioridad
cultural y económica.
Por supuesto el problema es económico primero y
político después, o viceversa, en todo caso derivado de la crisis, pero hay que
descender a los sentimientos para entender los desencuentros. Me sorprendo cuando
algún catalán me dice que en el resto de España se vive mejor que en Catalunya,
con el dinero de sus impuestos. Puede que sí, pero dudo que ningún catalán añore,
si eso fuese posible, no haber nacido en uno de esos territorios tan envidiados
por su calidad de vida y de donde los jóvenes tuvieron que emigrar a zonas de
progreso en busca de oportunidades. En cuanto a los 15.000 millones, o los que
sean, hay que recordar que desde la transición los gobiernos socialistas lo han
sido gracias al importante apoyo en las urnas de los votantes catalanes. Y
socialismo significa -todavía- favorecer y apostar por una cierta redistribución
de la riqueza, para lo contrario ya se valen y sobran los conservadores.
Todo
norte tiene su sur. Es
admirable el espíritu solidario de los catalanes que se expresa en las
maratones de tv3. Pero se hecha en falta solidaridad
menos mediática en estos tiempos que los egoísmos se desbocan y los prósperos
“nortes” geográficos de Europa y de España reniegan de los indolentes “sures”. Padecemos
“crisis crónica de comprensión
intelectual”, y humana, para ponerse en
el lugar del otro, o los otros, y entender
que habíamos de pasar por este u otro batacazo. El adrenalítico y
fantástico triple salto mortal de la España va bien que casi nadie se quiso perder tenía que terminar, como así
a sido, en cuidados intensivos. La purga rehabilitadora será dura pero ayudará
a rebajar la borrachera de suficiencia con la que nos han y nos hemos
administrado.
En abstracto no estoy a favor ni en contra de
la independencia de Catalunya. No votaría llegado el caso. Pero sí critico las
acciones y omisiones que han llevado a este callejón sin salida, por interesada
dejación y mayúscula torpeza del PP [e ingenuo buenismo del PSOE], y por experimentada
e inteligente utilización perversa de la retórica del victimismo de los
nacionalistas catalanes, con apoyo indisimulado de los media. Pero tanto si triunfa como si fracasa la secesión lo importante
es que la ruptura ya se ha producido. A partir de ahora la convivencia entre
catalanes y españoles será cada vez más difícil. Puede que no haya ruptura
legal pero el divorcio ya existe de facto,
la separación legal ya veremos. Llegados a este punto quizás fuese lo mejor.
Como ciudadano que vive en Barcelona y que
acepta su incómoda anomalía, en la
hipótesis de una Catalunya independiente seguiré viviendo y pagando mis
impuestos en Catalunya, pero no me nacionalizaré catalán. Seguiré como emigrante-de-hecho, leonés y español sin
sentirlo ni merecerlo, pero me hubiese gustado seguir siendo de aquella Barcelona sin banderas en la que me
sentía cómodo en mi voluntaria anomalía.
Julián
Alvarez. Barcelona, diciembre 2013
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